La travesía de Samy: Kilómetro y medio para cargar un teléfono

Samuel vivió 70 años sin electricidad en su hogar. Ahora, su esperanza es tener un abanico.


Samuel Herrera Camargo, a sus casi 80 años de edad, nunca había tenido electricidad en su hogar. Eso hasta que en el marco del programa “Energía Grata”, el pasado abril de este año recibió una lámpara que cuenta con panel solar que no solo le permitirá iluminarse, sino que podrá cargar su teléfono y radio, una novedad en el sector La 40, donde vive, en Riohacha (La Guajira).

Antes de ese día, su único recurso para iluminarse era un mechero a gas que lo acompañó por más de cuarenta años, con el que alumbraba su camino al transitar cuando regresaba de trabajar, en los años en los que la vejez parecía un tema lejano. Era un método que el mismo reconoce como muy peligroso, no solo por el riesgo de incendio, sino también porque el humo que invadía su hogar afectaba su vista.

La otra alternativa para conseguir luz eran las velas, que hoy en día están fuera de su alcance debido a que cuestan más y Samuel también las considera más peligrosas que su mechero.

Samuel vive en el barrio Sumain Wayúu con su hijo Edwin, sus tres nietos y con una hermana que es mayor que él. Se distraen por las tardes sentándose en unas sillas plásticas afuera de su vivienda, jugando dominó o “cogiendo fresco, porque ¿qué más hace uno sin luz? Toca esperar la noche mirando lejos y cuando empiezan a picar los mosquitos hay que encerrarse a dormir”, cuenta.

Aunque la casa de la familia no está muy lejos del tendido eléctrico, no han logrado acercar la conexión hasta su vivienda. El fogón de leña en el que cocinan es lo único que alumbra la casa por la noche cuando el dinero no alcanza para el gas del mechero. Nada de lámparas, camas, nevera, cocina con gas o radio. Celular hay uno que le han prestado a su hijo en su trabajo, aunque no hay manera de cargarlo en su casa.

Samuel Herrera es uno de los habitante de Summain Wayúu que recibieron una de nuestras soluciones en energía.

En la vivienda hay un televisor viejo, pero nunca se enciende, por lo que la única diversión es sentarse a echar partidas de dominó en una mesa de madera que está apoyada en la pared de barro. “A mí me gustaría que alguien, sea el gobierno o alguna persona, me ayudara con la energía eléctrica y me regalara una mesita para que mis nietos puedan hacer las tareas. En la mesa se sientan todos y se cae porque ya no sirve”, agrega Samuel.

Sus tres nietos estudian en un Centro Escolar a veinte minutos de camino, en donde cursan segundo y cuarto grado de primaria y segundo de bachillerato. Desde el inicio de la pandemia, su situación de estudio se ha complicado ya que en su casa no hay energía eléctrica y los hermanos no pueden realizar las guías escolares que docentes les pasan dejando por su casa, ya que hay temas que no entienden y no pueden pedir ayuda por carecer de electricidad, acceso a Internet o un teléfono con carga para comunicarse con sus profesores.

Samuel sabe que la única forma de salir de la pobreza es estudiando y trabajando, es por eso que en el último año se ha vuelto parte de su rutina caminar durante dos horas al menos tres días a la semana hasta una estación de gasolina en la que le permiten cargar el teléfono celular. “Ya son muchos los años que tenemos de vivir sin luz y es cierto que siempre se necesita, pero nunca nos habíamos sentido tan preocupados como hoy que mis nietos la ocupan para hacer las tareas, preguntar a la profesora o buscar en internet, es por eso que no podemos avanzar. Ya queremos que pase todo esto (cuarentena) y que ellos puedan regresar a sus clases con normalidad”, expresa.

A excepción de su hermana, los demás miembros de la familia duermen en hamacas. Los niños más pequeños lo hacen juntos en una misma hamaca, ya que la falta de dinero les ha impedido comprar camas. “Nunca hemos tenido un teléfono con internet y solo he escuchado que se utiliza para hacer tareas, yo de esas cosas no sé mucho”, comenta.

“Las noticias llegan volando”

“Si pasa algo, me tienen que venir a contar”, explica Samuel. Eso es porque nunca tuvo acceso a un teléfono, una radio, ni mucho menos una TV para enterarse de las noticias. Su única manera de informarse es a través de sus vecinos, a quienes suele preguntarles sobre las últimas novedades y cuando es una noticia importante “como la vez que mataron a Galán o cuando se cayeron las Torres Gemelas, esas noticias llegan volando”, agrega.

Sin embargo, esos aparatos tecnológicos no son prioridad para él. “Quizás en un tiempo más sería posible tener electrodomésticos”, dice entre risas.

Ante su nueva lámpara solar se muestra contento. “Ahora tengo una casa iluminada. Estoy muy feliz porque ahora se desaparece el miedo de que a uno lo pueda picar algún animal por caminar a ciegas”, reconoce.

Samuel considera que es aliviador el contar con una fuente de energía para cargar su teléfono, “ahora no tengo que arriesgarme caminando por la carretera hasta la bomba, ni nos toca pagar mil o dos mil pesos a los vecinos que sí están conectados a los postes cuando no puedo ir hasta allá. Esta lámpara la dejo cargando al sol y cuando necesito cargar el teléfono solo lo conecto. De verdad que es algo que necesitábamos”, cuenta.

Hoy, su prioridad, más bien su sueño, es tener un abanico, debido a que le cuesta mucho soportar la sensación térmica en los días soleados. En su rutina, esa constante y agotadora labor le ha generado dolores permanentes en sus piernas. “¿Usted sabe lo que es regresar empapadito de sudor y no poder sentarse en frente de un abanico a pasar el sofoco? ¡Eso es cruel, vea!”, menciona.

En segundo lugar, añade, “me gustaría un refrigerador, para poder guardar mis cositas y tomar agua fresquita”. Actualmente tiene que comprar a diario los ingredientes justos que necesita para cocinar.

Al despedirnos, Samuel contempla sonriente su lámpara y con ojos esperanzados nos dice “nunca es tarde, todo se alcanza mientras haya vida”.

Al igual que Samuel, en Summain Wayúu sus habitantes anhelan contar con electricidad, pues sienten que con ella su calidad de vida mejorará.

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