Viaje al interior de una familia rural

Mientras los ojos se cansan de tanto ver montañas de un tono seco por la ventanilla del vehículo y de recibir polvorín hasta en los labios, quien por primera vez viaja hasta el caserío María Carolina tiene la sensación de que la distancia que recorre es infinita, que no tiene un destino.

María Carolina es un caserío ubicado en la ruralidad de Bolívar, al que se llega después de adentrarse en San Juan Nepomuceno y atravesar los corregimientos de San Juan del Peñón y Corralito. Desde Cartagena hasta la cabecera municipal son dos horas, luego, desde ahí hasta el destino toma más de una hora con 45 minutos en jeep, que son los únicos vehículos que se aventuran a recorrer el camino compuesto de piedras, 7 arroyos y hasta leyendas.

María Miranda, habitante del caserío, afirma que “cuando se crece el arroyo es más difícil, hay que pagar entre $15.000 y $20.000 para que lo crucen a uno. Cuando no hay plata, toca caminar más de tres horas hasta llegar a la cabecera”.

“Al final el viaje que hicieron vale la pena”. La afirmación encierra convicción y una certera mirada sobre lo que se vive en estos días en la vereda. Lo cierto es que el viaje ha valido la pena, porque al llegar se siente una calidez humana y un sincretismo entre pobladores y visitantes. Hoy las familias tienen una cita con Tierra Grata, que vino a instalar baños ecológicos en sus hogares.

En su casa, María nos recibe con caldo de gallina criolla. A escasos metros de su cocina se encuentra la maleza que en donde debe hacer sus necesidades.

Un caserío con necesidades múltiples

Hay sol en la vereda, y por momentos serena en el camino de árboles centenarios. En la vereda angosta, las casas están distantes entre sí, pero con la suficiente cercanía para las comadres se reúnan a lavar los chismes juntas. María Miranda y Luis Herrera, los primeros en esperar los baños que vamos a instalar, son una pareja de adultos mayores que viven en lo alto de una montaña empinada. Conviven con una gran cantidad de animales, en su mayoría perros, pollos y cerdos. Viven del pancoger, de lo que producen en el campo con la siembra de maíz, yuca, frijol, guandul, ahuyama, plátano y calabazo. Estos alimentos además de consumirlos, los venden en San Juan a comerciantes o intermediarios.

Por el cansancio de los años, en esta actividad han sufrido accidentes que han cambiado sus vidas: Mientras que María sufre de dolores de espalda por el esfuerzo en las actividades del campo, Luis está a punto de perder su ojo izquierdo por un corte que se hizo en la retina mientras arrancaba el maíz y por falta de recursos económicos, ya que no ha podido pagar su operación. Esta cuesta unos tres millones de pesos.

María cosecha y dobla tabaco a sus 60 años. Como no puede ir tan seguido a San Juan, lo comercia en veredas cercanas. Aquí vende el ciento a 10.000 pesos colombianos y con lo que recibe compra parte de la comida para ella con su marido. El dinero que ambos reciben por subsidios del Estado lo gastan en la compra de alimentos y medicamentos. Sus ocho hijos también los apoyan con sus gastos, ellos trabajan como jornaleros en fincas cercanas.

Ella es una mujer que refleja la alegría en el rostro, es muy risueña, cariñosa y denota ser buena administradora de lo poco que tiene; recientemente ahorró para comprar dos cerdos y poder recoger a futuro un poco más de dinero con la venta de estos. Refiriéndose a sus dolores de espalda, afirma entre risas que lo único que se lo alivia es la “contra”, una mezcla de hierbas medicinales tradicionales del caribe colombiano.

Las gafas oscuras protegen el ojo que Luis está a punto de perder si no logra pagar su operación.

La vivienda de la familia Herrera Miranda está construida con plásticos, paredes hechas de ramas y techo de zinc; cuando el viento sopla fuerte este hace gran ruido amenazando con volarse. Aquí no cuentan con servicio de energía eléctrica, ni con un baño para saneamiento básico, ni tienen agua potable segura.

Por las noches pueden iluminarse con poca luz gracias a las lámparas de gas, “uno compra 2 litros de ACPM que nos dura una semana. Por semana nos gastamos 8000 pesos”, cuenta Luis, que hoy luce gafas oscuras para no exponer su ojo enfermo. Haciendo cálculos, se están gastando cerca de $40000 mensuales en el líquido de combustión para poder tener solo un poco de luz.

Cuando quieren tener carga en sus celulares deben caminar 500 metros hasta la casa más cercana con energía eléctrica. Para conservar el agua fresca limpian el interior del fruto del calabazo y la vierten a su interior. Por estos días, Luis necesita refrigerar uno de los medicamentos para su ojo, así que le toca transportarse hasta Corralito a diario, más o menos a 30 minutos del caserío, hasta la casa de un amigo que cuenta con nevera.

El agua la toman de una quebrada, una fuente hídrica natural pero no potable. “Hay que jarreá el agua en el lomo de allá hasta acá y mire que esto está bien alto”, señala Luis. Para poder beberlo, el líquido recogido lo depositan en un filtro que les regalaron. Cuando no contaban con este tenían que agregar unas gotas de cloro al agua y hervirla para consumirla. Al igual que ellos, los habitantes de María Carolina nunca han contado con agua potable, porque las tuberías del acueducto no llegan hasta la vereda por la distancia y la complejidad del terreno.

En cuanto al saneamiento y la higiene, María vive con la incertidumbre constante de que la estén observado mientras se baña en el estanque o cuando hace sus necesidades al aire libre. “Uno en los estancos no se puede bañar desnudo y uno con ropa no se puede restregar bien. Allí pasa gente pa’ allá y pa’ acá”, afirma.

De igual manera, menciona que por su edad a veces no alcanza a llegar hasta la vegetación para hacer sus necesidades, “yo me voy para la punta del monte y cuando no alcanzo y me cogen las ganas de orinar me agacho detrás del chiquero. Yo puse una lámina de zinc para sentirme más cómoda”, complementa.

Sin nuestras soluciones de saneamiento, posiblemente con el pasar de los años para esta pareja de adultos mayores sería más complicado bajar la montaña e ir en la búsqueda de un lugar entre la maleza para defecar. Puede que sus piernas ya no puedan flexionarse para ponerse en cuclillas con tanta destreza como lo hacen ahora, o como lo hacían en su juventud, o como en el caso de María, que a veces ya no alcanza a orinar tan lejos de donde queda el chiquero.

La gratitud de transformar vidas con un baño

Así como Luis y María han desarrollado su vida con escasez de agua potable, energía eléctrica y saneamiento, del mismo modo viven millones de personas en el país que habitan la ruralidad, donde los servicios de acueducto y alcantarillado no supera el 75 % de cobertura, según cifras del DANE.

La práctica de la defecación al aire libre es más común de lo que parece. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), casi 16 millones de personas todavía se ven obligadas a ejercer la defecación al aire libre en América Latina y el Caribe, una práctica que, entre otras cosas, puede contaminar el medioambiente y propagar enfermedades. Los Herrera Miranda se suman a esta cifra.

Motivados a cambiar esta práctica, en María Carolina hicimos la entrega de baños ecológicos para mejorar las condiciones de salubridad e higiene en los hogares, dando acceso a un saneamiento básico para la disminución de infecciones y enfermedades.

Con nuestros baños logramos dar tranquilidad a las familias, porque además de fomentar un saneamiento seguro, los retretes no requieren del uso de agua corriente; en reemplazo se coloca una mezcla de cal, aserrín y cenizas para evitar los olores y descomponer la materia fecal. De esta manera, Luis, María y las demás familias que ahora cuentan con un baño podrán ocuparse en otras actividades, porque contarán con la cercanía y comodidad de nuestros Baños Gratos.

“Yo siento que ahora vamos a tener mejores condiciones para vivir. Es más, estábamos deseando tener estos baños más antes. Como quien dice por ahí, esto me ha traído el alma al cuerpo porque a veces coge la señora para allá, pal monte y uno no sabe qué le pueda pasar. La verdad es que estamos muy agradecidos con Tierra Grata por estos baños y esperamos poder tener unos paneles de luz solar, pero todo es poco a poco”, finaliza Luis.

Con la instalación de su Baño Grato, María se convierte en nuestra primera Guardiana del Agua de 2021.

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