Julián Ramos Hurtado, líder cívico de la vereda La Suprema, ubicada en la zona baja del municipio de Marialabaja, nos cuenta que tuvo que comprar una bacinilla para que su madre, Gladis Helena Hurtado, pudiera hacer sus necesidades básicas del día a día. A ella la edad, compañera fiel de día y noche, le impide defecar en las plantaciones de palma que colindan con el patio de su vivienda; la última vez que lo hizo, rosando los 70 años, sus desgastes articulares le impidieron doblar sus rodillas en posición fecal para realizar la actividad.
En la comunidad de La Suprema se ha visto la defecación al aire libre como un comportamiento aceptado ante la falta de sanitarios. En esta zona sin vías de acceso, al iniciar el día y al caer la tarde, marranos, burros y personas sin ningún ropaje, terminan defecando lejos de la vista de todos.
Este, más que un caso aislado, es una realidad que aqueja a las comunidades rurales, un simple retrete salva vidas y contribuye a acabar con la defecación al aire libre a escala global. Los adultos mayores, al igual que los niños y las mujeres, constituyen el eslabón más propenso al contagio de enfermedades y accidentes durante esta práctica.
En el departamento de Bolívar, cientos de personas no tienen acceso a un baño y defecan en las extensas hectáreas de vegetación que rodean sus asentamientos. Para terminar completamente con ella en 2030, como marca el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 6, se requieren avances sustanciales en el uso y los tipos de inodoros.
Como nación, la defecación al aire libre nos debería avergonzar, ya que es una ofensa a la dignidad, la salud y el bienestar. A pesar de que las Naciones Unidas reconocieron “el derecho al agua potable y al saneamiento” en 2010, este no se ve reflejado en nuestra Constitución Política: los Artículos 334, 336, y 365 a 370, que se ocupan de garantizar “la prestación eficiente de los servicios públicos a todos los habitantes del territorio nacional”, en realidad lo hacen a medias. De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), un gramo de heces puede contener 10 millones de virus, un millón de bacterias y mil parásitos. En consecuencia, las malas prácticas de saneamiento e higiene contribuyen a más de 800.000 muertes anuales por diarrea.
La realidad no es ajena a nuestro territorio. ¡NOS ESTAMOS MURIENDO POR LA FALTA DE UN BAÑO! Si bien la Ley 60 de 1993 fija las competencias de los municipios y obliga al uso de los recursos de la Nación que trata el Artículo 357 de la Constitución, en inversión para proveer servicios de agua potable y saneamiento básico y otorgar subsidios a sectores sociales vulnerables, en Bolívar falta mucha práctica para cumplirla a cabalidad.
Por eso, cada vez que un niño, adulto o anciano, masculino o femenino, dobla sus rodillas y pela sus nalgas para defecar en el monte, se va arraigando en las normas culturales que rigen a la sociedad. Poner fin a la defecación al aire libre requiere una inversión continua en la construcción, mantenimiento y uso de letrinas, alcantarillado, tuberías y plantas de tratamiento de residuos.
En un inicio, la solución, económicamente hablando, saldría más cara que la enfermedad. La alternativa no tanto. Desde Tierra Grata, proponemos la implementación de baños secos, una opción ecológica que no requiere el uso de agua corriente, sino que utiliza la fermentación aeróbica y la disección para la descomposición de la materia fecal.
La principal ventaja es que no se usa agua para el saneamiento, lo cual resulta en un ahorro muy importante de este recurso, al mismo tiempo que evita su contaminación por materia fecal. La Organización Mundial de la Salud estima que por cada dólar invertido en agua e inodoros se ahorra un promedio de cuatro dólares gracias a la disminución de los costos médicos, las muertes y la mayor productividad.
Entre 2000 y 2017, se logró reducir 70% -de 29,9% a 8,9% de la población que la ejerce- la defecación al aire libre en las áreas rurales de América Latina. Sin embargo, Colombia se encuentra, junto con Bolivia, Brasil, Haití, México, Perú y Venezuela, entre los países que más han extendido esta práctica, siendo las poblaciones rurales, los grupos en situación de vulnerabilidad social y los pueblos indígenas quienes más ejercen esta práctica y a su vez, los más afectados.
¿Podemos ser ambiciosos e imaginarnos un departamento o incluso un país sin defecación al aire libre? Con la implementación del baño seco, se reducen los costos de mantenimiento del sistema de tratamiento de aguas negras, permite que los lugares apartados cuenten con sistemas de saneamiento básico dignos e incentivará el aprovechamiento de los desechos como fuente de abono.
Hasta que el saneamiento sea una prioridad en la agenda de desarrollo del país de las mariposas amarillas, se deberán articular esfuerzos entre sectores sociales que desarrollen programas alineados a necesidades de agua, salud, educación y reducción de la pobreza, involucrando a las comunidades y su cultura.