Heroínas de la ruralidad: ¿Por qué nos matan, si somos como las golondrinas?

En las historias de ficción siempre hemos visto que mencionan un “camino” que la Heroína tiene que atravesar para descubrir su potencial. El punto de partida siempre es un suceso trágico, porque las tragedias forman su carácter.

En la cultura pop hemos visto algunos ejemplos: En Alien – el octavo pasajero, luego de ver a su tripulación acabada, la Teniente Ripley se armó de valor para lograr vencer a una criatura desconocida y letal; o en las películas de Terminator, Sarah Connor ganó confianza y fortaleza a medida que sufría todo tipo de heridas al enfrentarse contra las máquinas.

Ahora bien, sucede que la realidad en muchos casos supera a la ficción. En historias como la de Diana Mata, nuestra Heroína de hoy, es fácil identificar el carácter de Ripley y Connor, que supieron encarar con valentía a villanos peligrosos.

Villanuevera de nacimiento, pero con raíces zipacoeras, Diana Mata, fue la sexta hija de don Nicolás Mata, quien huyendo de la violencia que aquejaba a Colombia, les dejo a sus seis hijos la mejor herencia que pudieron tener: La fortaleza. Como una enamorada del campo, se describe a sí misma, pues desde pelaita Diana se crió en la ruralidad y sus raíces se extendieron en lo más profundo de la tierra.

Diana es una mujer madura, de contextura gruesa, tez morena y con una mirada que transmite esperanza. Ella es madre soltera, tiene 4 hijos y 7 nietos y convive con otros dos adultos y 3 niños. Siempre ha vivido en Zipacoa, a hora y media de Cartagena. Y como buena campesina, sus manos prodigiosas han cosechado yuca, ñame, arroz, plátano, aguacate, mango y un maíz que le dicen “negrito”.

La violencia que azotó al campo

Al vivir en la ruralidad, Diana vivió el conflicto armado de cerca. La historia de la violencia en Zipacoa empezó en el 2000, cuando los paramilitares cometieron una masacre en una finca en donde se llevaba a cabo un proyecto productivo de hombres y mujeres campesinos y excombatientes del Ejército Popular de Liberación.

Cinco meses después de la masacre del Coco, a Zipacoa entraron los paramilitares, reunieron a sus habitantes y se llevaron a cuatro muchachos, todos entre los 16 y 18 años. A las pocas horas los jóvenes fueron asesinados en un monte cercano.

A causa de estos antecedentes, muchas de las familias pobladoras se tuvieron que desplazar a las zonas aledañas.

Lo que demuestra el triste episodio de Zipacoa es esa firmeza con la que se plantan nuestros campesinos ante el miedo. Con la Ley de Víctimas de 2011, tanto ella como las familias zipacoeras vieron una oportunidad para  que Zipacoa volviera a ser esa tierra próspera y tranquila. Fue hasta el año 2017 cuando los habitantes fueron considerados Sujetos de Reparación Colectiva debido a los daños que causó el conflicto armado.

Resurgiendo de las cenizas

Además de la fortaleza, nuestra Heroína nos ha demostrado tener los poderes de la resiliencia, la determinación y el liderazgo. Ha trabajado como miembro de la Mesa de Víctimas del Desplazamiento Forzado de Zipacoa, miembro del Comité de impulso de Zipacoa y la representante legal de la Asociación de Campesinos de Zipacoa.

Para ella, trabajar por Zipacoa implica conocer cada nombre, cada historia, cada necesidad por la que pasan las familias. Implica saber de memoria la dirección de cada persona, con quién viven, a qué se dedican o lo que cultivan. Pero sobretodo, trabajar por su comunidad implica identificar cuando los visitantes son amigos, jueces o verdugos.

Hoy en día en Zipacoa ha revivido el encanto de su gente y la calidez de los hogares. Pero no todo es color de rosas: el mayor villano que amenaza actualmente a esta población es la falta de agua potable.

En Zipacoa el acceso al agua es tan precario que las familias la extraen de una poza en la que se estanca el agua de lluvia en la temporada invernal. Cabe destacar que esta fuente de agua no provee agua potable y que los habitantes la comparten con animales salvajes y domésticos.

También está la opción de comprarle agua a los revendedores informales que cada dos días van con carrotanques. Estos venden cada tanque de agua en 5000 pesos. A cada tanque le caben nueve pimpinas en promedio, y para que una familia de cuatro miembros tenga agua toda la semana deben comprar al menos ocho de estos tanques. La suma da 160 mil pesos mensuales. Este valor es más alto que el que pagan en una familia de estrato 6 en Cartagena.

Cuando no llueve, hasta los santos de la iglesia pasan sed. Entonces, pasan a depender de carrotanques que la Alcaldía de Villanueva les envía, y que normalmente tardan semanas en estar disponibles o que solo llegan cuando la gente se cabrea y arman protestas.

Al preguntarle a Diana qué sueña para Zipacoa, con su mirada esperanzada cuenta que anhela que pongan con prontitud un acueducto para que nadie pase sed. Mientras tanto, nuestra Heroína seguirá trabajando por hacer visible a Zipacoa y por ayudar a las familias campesinas que más lo necesitan.


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