La crisis del agua es una crisis de mujeres

Para quienes habitamos en las zonas urbanas nos resulta extraño pensar que existen lugares donde no hay agua potable ni saneamiento básico, y que en su mayoría están ubicados en la ruralidad. Es menos probable pensar que al carecer de ellos los cuerpos de las mujeres pueden sumirse en muchas más desigualdades de las que ya viven. Y sí, en estos escenarios ellas son las más afectadas).

Dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el agua segura y el saneamiento básico son esenciales para la igualdad de género (ODS 6). A menudo pasamos por alto que la falta de cobertura en servicios fundamentales empeora la calidad de vida de muchas mujeres. Por eso, nos dimos a la tarea de entrevistar a dos mujeres rurales para conocer como es la vida ante la falta de estos servicios esenciales.

Los rostros de la inequidad

Laura nació en el Guamo (Bolívar), es una joven estudiante de licenciatura en lenguas modernas, vive con sus papás. En sus tiempos libres le gusta escribir y enseñar. María Angelica por su parte, es una joven oriunda del Bagre en el departamento de Antioquia, es ama de casa, vive con su esposo y sus dos hijos, y en sus tiempos libres le gusta arreglar uñas.

Ambas, viven en el corregimiento de San Agustín, ubicado a tres horas en motocicleta desde la cabecera municipal de San Juan Nepomuceno (Bolívar). Además de habitar el mismo lugar, estas mujeres también tienen en común el problema de no contar con agua potable y saneamiento, pese a tener acueducto.

Mientras que su marido trabaja en el monte, María Angelica invierte a diario dos horas en la búsqueda de agua para ella y sus hijos. Ella camina aproximadamente kilómetro y medio para llegar hasta la orilla del río Magdalena a recoger agua en pesados baldes y pipetas, que transporta al hombro de regreso a casa. Para consumirla, le adiciona cantidades mínimas de cloro.

Laura menciona que hace más de seis meses no tienen agua potable que provenga de las tuberías de sus casas. Además, si la empresa potabilizadora no le hace tratamiento al líquido, esta viene con suciedad e incluso restos de animales muertos y heces fecales. Cuando esto ocurre, ella prefiere caminar durante hora y media para llegar a la orilla del río y abastecerse. Esta actividad la lleva haciendo hace más de cuatro meses. 

Según cifras de la UNICEF, a nivel mundial las mujeres y las niñas pasan colectivamente 200 millones de horas todos los días recolectando agua. En Asia y África, por ejemplo, las mujeres y las niñas caminan un promedio de seis kilómetros cada día para recolectar agua. En Colombia la realidad no es distinta. María invierte 14 horas y recorre 21 kilómetros para abastecerse de agua semanalmente, mientras que Laura invierte 21 horas y 30 kilómetros en el mismo tiempo.

Para las mujeres rurales de Colombia, el hecho de no contar con agua segura las pone en gran desventaja, puesto que la búsqueda de agua supone una gran pérdida de tiempo que podría ser invertida en otras actividades, como educación, ejecutar ideas productivas de negocio o actividades recreativas. Según datos de la organización, por cada año que una niña permanece en la escuela, su potencial de ingresos aumenta hasta en un 25%. Adicional a esto, el ciclo de pobreza rural se mantiene porque los ingresos familiares son destinados en gran parte a la compra del líquido a altos precios.

El saneamiento seguro también ha sido una piedra en el zapato en la tarea de minimizar las brechas de género. En Colombia 6 de cada 10 personas no tienen saneamiento básico en sus hogares y más de la mitad de ellas son mujeres. Estas cifras son alarmantes al considerar que ponen en riesgo sus vidas y su integridad al tratar de satisfacer una necesidad humana.

En el caso de María, debe caminar hasta el monte para hacer sus necesidades. Ella cuenta que se estresa mucho porque los mosquitos la pican cuando está defecando y que teme mucho que algún día le pase algo porque no sabe quién la puede estar observando entre los matorrales. Cuando está en su periodo de menstruación le toca “hacer maravillas”, como lo describe. Recientemente su esposo le construyó un cambuche con plástico y pedazos de sabanas para poder tener algo de intimidad en ese ciclo mensual. Laura en cambio, tiene un baño hecho de sacos de arena y una poza séptica. Dice sentirse más protegida allí porque le da mucho miedo ir al monte.

La UNICEF estima que, a nivel mundial, las mujeres pasan 266 millones de horas diarias buscando un lugar que puedan usar como baño, convirtiéndose en un riesgo para su integridad y salud. Ninguna de ellas está excepta de adquirir infecciones en sus partes íntimas, ni de ser acechadas por alguien mientras están vulnerables a la intemperie, o de que algún animal les pueda causar una lesión.

Históricamente, las mujeres rurales han dedicado más tiempo en actividades domésticas y en el cuidado del hogar que en la realización de actividades para su propia satisfacción y realización personal. Es importante preguntarnos, ¿qué podrían hacer Laura y María si no tuvieran que recoger agua diariamente? Sin duda, Laura podría dedicarse más tiempo a escribir y a enseñar a más niños de su comunidad a decir las vocales, mientras que a María le alcanzaría más el tiempo para convertir el arreglo de uñas en un trabajo.

Para que esto suceda es responsabilidad del Estado, las empresas privadas y la sociedad civil, dar garantía de la realización de obras de infraestructura que garanticen a mujeres y niñas rurales un lugar íntimo para hacer sus necesidades y consumir un agua segura. A cambio, se dedicaría mucho más tiempo al estudio, trabajo u esparcimiento, y se incrementarían las capacidades y oportunidades de mejorar su calidad de vida y disminuir la desigualdad de género, algo que las mujeres piden a gritos.

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